La oveja merina es actualmente una de las razas más extendidas por todo el mundo. Pero hasta el siglo XVIII su hábitat estuvo restringido a España. Al igual que la obtención de la seda era un secreto de estado en China, la oveja merina y su lana se consideraba un bien estratégico para la economía española y era un grave delito el intentar exportarlas fuera de España. La lana de oveja merina era de mejor calidad que la de otras razas, tenía la característica de ser más fina, más densa, más elástica y resistente.

Si bien fue en el siglo XIII cuando se creó la Mesta y empezó la expansión del comercio de lana merina, su edad de oro coincide con el descubrimiento de América y la “europeización” de la monarquía española, es decir los siglos XV a XVIII. La industria transformadora de la lana, en España era mínima, por lo que la producción superaba con creces la demanda interna y el excedente se exportaba a los Países Bajos y más tarde a Inglaterra, donde se abastecía la gran demanda de la industria textil de estos países.

Los productores parecían tener bastante con esquilar ovejas, lavar vellones y enviar las balas de lana a Europa. Y el estado parecía tener suficiente con proteger a la mesta y cobrar impuestos. Se creía que las características tan apreciadas de la lana merina las daba la propia tierra dónde se criaban las ovejas y la trashumancia norte – sur a través de las cañadas reales, y que la cría en tierras extranjeras no tendría éxito.

Como vemos, aparte de la plata de América, una materia prima valiosísima, sin transformar, marchaba camino de Europa sirviendo de paso para financiar las múltiples guerras.

Pero con el ocaso del imperio español a finales del XVIII todo esto cambiaría. En el  Tratado de Basilea de 1795, que puso fin a la guerra entre la República Francesa y la España de Carlos IV, se introdujo una cláusula secreta en la que se obligaba a España a entregar 5.000 ovejas y 500 carneros. Posteriormente, con la guerra de la independencia, continuó el saqueo y la exportación hacia Francia e Inglaterra. Así pues, este “recurso natural” que formaba parte de la estructura económica del país, pasó además a otros lugares, como Sajonia, Baviera o incluso Nueva Zelanda o Australia. Estos países no solo consiguieron aclimatar a la oveja merina, si no que, aplicando lo que hoy denominaríamos I+D, consiguieron mejorar el producto a base cruces con razas locales. Así que la oveja merina dejó de ser una “mina de oro” y un monopolio para España. A lo largo del siglo XIX la competencia en calidad de estos países y la sobreproducción hizo mella en los precios de la lana española. Esperando subidas de precios y ocurriendo lo contrario, se produjeron transacciones ruinosas y la crisis del sector. Vamos, lo de siempre.

Podemos sacar algunas conclusiones aplicables a nuestros días. No hay que confiarlo todo a lo que creemos un recurso estructural indestructible, como el turismo o el petróleo. Debemos diversificar e innovar, porque la competencia siempre intentará copiarnos…y puede que lo haga mejor.

 

 

Juan García Diez
Fortium Family Office