Cuando estén en disposición para incorporarse al mercado laboral dentro de 15 ó 20 años, dos terceras partes de los chicos que hoy estudian primaria, deberán hacerlo en trabajos que ahora no existen. No me refiero al puesto concreto, o a la empresa en sí, sino a profesiones y a tipos de trabajo que, en ocasiones, ni siquiera somos capaces de imaginar.

La revolución tecnológica, la digitalización, la conectividad, están cambiando el mundo a velocidad exponencial. Pensemos en nuestra propia experiencia. Hace solo dos o tres años, casi todos éramos escépticos al oír que en el futuro los coches se conducirán solos. Hoy, no solo la creencia generalizada es que esto será así, sino que los expertos vaticinan que las leyes prohibirán que los humanos conduzcamos vehículos, ya que lo hacemos con una inaceptable tasa de errores que causan accidentes mortales a terceros. Más de un millón de muertes en el mundo al año por accidentes de tráfico. O quizás las primas de seguro será tan elevada para conductores humanos, que la realidad económica se impondrá y la gente simplemente dejará de conducir. Pensemos en millones de profesionales como taxistas, o conductores de autobuses y camiones que ya no serán necesarios.

Pero surgirán nuevas demandas y oportunidades inesperadas. Por ejemplo, el sector de trasplante de órganos se prepara para el siguiente escenario. En el futuro, como las máquinas nos conducirán y la tasa de accidentes mortales será casi nula, se perderá la principal fuente de donación en trasplante de órganos: la de las víctimas de tráfico, muchas de ellas personas jóvenes y sanas. Se está impulsando la creación de órganos vitales artificiales, que se espera puedan ser fabricados a distancia mediante impresoras 3-D, otro aparato que hace nada era considerado ciencia-ficción y que hoy podemos encontrar incluso en algunos colegios. Hace sólo diez años las impresoras 3-D más baratas costaban unos 18.000 €; hoy en torno a 400€ y son cien veces más rápidas.

Si uno de los fines principales de la educación es que nuestros jóvenes puedan ser autónomos y defenderse bien por sí solos el día de mañana ¿Cuál debería ser la mejor formación que reciban hoy? Me aventuro a exponer breves ideas: 

Como lo único que sabemos es que todo va a cambiar, pero no necesariamente el sentido del cambio, debemos educar a nuestros hijos para ser flexibles, aceptar la incertidumbre, arriesgarse, trabajar en equipos multidisciplinares, fomentar la creatividad y la innovación.

El aprendizaje de memoria, no tiene sentido. La memoria es una buena capacidad, que hay que desarrollar. Pero aprender de memoria cuestiones que con buscadores y conectividad hoy podemos consultar desde cualquier sitio y que se volverán obsoletas en poco tiempo, tiene poco sentido.

– La formación en valores seguirá siendo fundamental: responsabilidad, honestidad, profesionalidad, solidaridad, amor, respeto, perseverancia, tolerancia…. La tecnología y la informática tendrán un protagonismo importante, pero seguiremos siendo humanos y será un suicidio olvidarse de lo básico. La filosofía, y aquello de “más Platón, y menos Prozac”, seguirá siendo esencial para entender lo verdaderamente importante y buscar la felicidad.

Por último, no pensemos solo en nuestros jóvenes; también en nosotros mismos. Vamos a vivir cambios apasionantes. Hemos de continuar siendo abiertos, curiosos y flexibles. Los cuarentones, cincuentones, y más mayores, no podemos descolgarnos. El que piense que ya ha aprendido demasiadas cosas en la vida y que ahora estudien otros, o los que manifiestan que ya tienen demasiados amigos y que no le interesan nuevas relaciones, se equivocan. Máxime, cuando gracias al avance de la ciencia médica, todo apunta a que muchos de nosotros superaremos los 100 años de vida. ¡Esto no ha hecho nada más que empezar!

Manuel González – Toruño
Fortium Family Office